( PUblicado en la sección Interferencias, en la revista RITMO de octubre 2019)
Así reza el título de uno de los libros clásicos de Murray Schaffer, autor atento a las cualidades musicales del mundo que nos rodea, y en ese caso en particular a las del lenguaje hablado. Encuentro en su lectura temas interesantes para reflexionar sobre muchos aspectos de nuestra civilización: entre otras cosas comenta en uno de sus apartados que las sociedades más modernas tienen una interpretación monótona de la lengua en su concreción sonora. Nuestras palabras cantan menos, hacemos cada vez un número menor de inflexiones musicales en nuestra forma de hablar. No estoy realmente segura de ello, pero es una reflexión que me recuerda a algunas otras que a veces me he hecho en torno a la música en nuestra vida diaria, en la que prácticamente oímos música grabada a todas horas. Comenzamos escuchándola en todos los lugares públicos, queramos o no, para acabar en estos últimos años creando cada uno nuestra propia banda sonora en el deambular por calles y plazas. Una banda sonora que oímos con auriculares y que nos aísla por completo del entorno y de la realidad circundante, pero que también nos enmudece. Antes de la existencia de nuestra sonosfera actual, caracterizada por la presencia constante de los medios audiovisuales , la práctica musical activa estaba extendida por la sociedad como verdadera necesidad para acompañarnos en nuestras tareas diarias. Buena parte de los repertorios tradicionales provienen de hecho de esa práctica de la música en su función de ayuda al trabajo o de acompañamiento a los acontecimientos destacados de la vida del hombre. Todavía recuerdo en mi infancia estar sentada en un parque en Andalucía y escuchar cantar perfectamente un fandango al jardinero mientras cuidaba los setos. Pero ahora hace ya mucho tiempo que las nanas se han convertido en repertorio de conciertos y no en práctica privada. Las películas de cinematografías no occidentales nos han ofrecido hasta ahora retratos de personajes muy cantarines, que introducían en sus diálogos fragmentos de canciones con toda naturalidad. Lo mismo me ha ocurrido analizando los textos de autores del pasado, como por ejemplo Elena Fortún, la reconocida autora de las aventuras de Celia durante los años de la II República, que para dar mayor realismo a sus personajes ponía en su boca estrofas de canciones populares. A lo mejor nuestra sociedad nos hace receptores más que emisores, y salvo los que vayan a mantener una relación más profesional con la música, enmudece al resto de la población. Creo que, como Murray Schaffer nos narra en sus libros pedagógicos, debemos intentar crear en nuestros alumnos una relación más activa con la música como elemento presente en su día a día , para que encuentren posibilidades de tener la práctica musical como una aliada en muchas de las situaciones de la vida actual. Evidentemente las circunstancias son muy distintas y esas situaciones han cambiado mucho con respecto a las anteriores sociedades, así es que habrá que pensar en otro tipo de repertorios porque ya no tendremos ocasión para las canciones de siega, pero ahí está nuestra inventiva para buscar otras posibilidades…..
Ana Vega-Toscano
Partitura gráfica de Murray Schaffer
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