Apenas lleva ocho años celebrándose el Día Mundial de la Radio, que en el año 2012 fijó el consejo de la Unesco para el día13 de febrero. Fue por cierto respondiendo a una petición española, y la verdad es que, aunque es una fiesta recién llegada, parece que está teniendo cada vez más aceptación por parte de profesionales y público, así es que los que tenemos relación con el medio lo estamos utilizando de alguna manera para mirarnos en el espejo. Ha sido pues inevitable en estos pasados días hacer una reflexión sobre la presencia del mundo radiofónico en nuestras vidas, una presencia que ya ha cumplido el siglo de existencia y alcanzado por lo tanto una provecta edad, suficiente para haber vivido en estos tiempos tan acelerados todo tipo de cambios y avatares. En 1916 David Sarnoff, radiotelegrafista que acabó por presidir una compañía tan poderosa como la RCA, definió a la radio en sus primeros escarceos de transmisión por las ondas como una caja de música, una apreciación muy acertada porque desde el primer momento supuso un cambio fundamental para el consumo y la escucha musical. En sus primeros años de existencia como empresa de comunicación permitió oír música en directo durante una enorme cantidad de horas, lo que propició la existencia de agrupaciones musicales fijas en las distintas emisoras, desde pequeños grupos de cámara hasta orquestas sinfónicas y coros. Actividad que forma parte ya destacada de la historia de la música, unida a otro apartado que igualmente ocupa un lugar importante en ese mismo campo, el de la creación contemporánea con un lenguaje creado desde el propio medio, tanto desde la música electroacústica como en el llamado arte sonoro. Durante todos estos años esa actividad musical ha nutrido igualmente de forma extraordinaria los grandes o pequeños archivos generados en las distintas emisoras, así es que claramente podemos decir que el acontecer musical del siglo XX ha pasado de forma muy principal por el medio radiofónico.
Mucho ha ido cambiando nuestra forma de escucha radiofónica, desde aquellos primeros años en los que se realizaba de forma pública, con el gran aparato situado en el salón principal de la casa hasta llegar a la intimidad privada de los auriculares y el teléfono móvil en la actualidad. Hoy en día la libertad ha multiplicado nuestras formas de consumo: podemos seguir acercándonos a la sorpresa de la emisión en directo o crear nuestra propia parrilla de programación con la radio a la carta. Podcast y streaming se han hecho términos habituales en nuestro vocabulario cotidiano, y se ha democratizado la posibilidad de recepción de músicas de toda época y tipo gracias a la explosión comunicativa de internet. Por una parte se busca cada vez una transmisión con mayor calidad de sonido y a la vez se puede escuchar en formatos más comprimidos y con medios más pequeños, un aparente contrasentido que sólo revela la libertad de caminos que tenemos ante nosotros. Vivimos una confluencia de medios audiovisuales a través del ciberespacio, y sin duda tenemos que cambiar nuestros patrones de hábito para difundir o acercarnos a la música, pero aunque se transforme en su aspecto y sus caminos, está claro que la radio seguirá siendo en el futuro una atrayente y enorme caja de música, que nos ofrecerá a los músicos mil y una manera diferentes de expresión para acercarnos al oyente.
(publicado en la revista RITMO , nº de marzo del año 2020)
Ana Vega Toscano
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