Cuando escribo estas líneas parece que tímidamente empezamos a salir del confinamiento que ha marcado nuestras vidas en estos dos últimos meses. Una pandemia que nos ha traído imágenes de ciudades desiertas, sorprendentes fotografías en las que la naturaleza parecía volver a surgir en cuanto el hombre se retiraba. Desde mi balcón veía el río Manzanares y recordaba que sus orillas han sido siempre lugar de esparcimiento y diversión para los habitantes de Madrid. En los momentos más dramáticos vividos en estas últimas semanas, con sus inmediaciones desiertas, deseaba que pronto la ciudad recobrara esa alegría que tan bien han sabido representar pintores como Goya o compositores como Boccherini. E inevitablemente pensé en el músico que a finales del siglo XIX consiguió con su obra reflejar como nadie el mundo castizo madrileño: Federico Chueca. Una figura sorprendente, un genio intuitivo que asombró al mismísimo Friedrich Nietzsche con la vitalidad dionisíaca de su obra. Su música nos suena directamente a Madrid, a sus calles y personajes. Era un músico de desigual formación musical, pero esto no empañó para nada su obra, que estaba tocada por la facilidad de una intuición desbordante.
Sus zarzuelas se encuentran entre las creaciones más populares del género, sin embargo su música para piano es mucho menos conocida, cuando en realidad resulta que él personalmente partía de este instrumento, en el que era un extraordinario improvisador: fue pianista de distintos cafés de Madrid, una actividad que nos recuerda un ambiente musical hoy perdido, el paisaje sonoro de toda una época. Chueca nos ha legado parte de aquellas piezas que surgirían desde el aliento único del momento, fijadas en partituras editadas por el interés del público ante su música. Son sobre todo colecciones o tandas de valses, en los que nos parece escuchar la voz del Caballero de Gracia invitándonos a bailar.
Fue mi amigo José Luis Pérez de Arteaga, siempre certero en sus recomendaciones, quien me brindó la idea de acercarme a la música para piano de Chueca. En nuestras conversaciones por el edificio de la Casa de la Radio en RNE, siempre muy entretenidas, una tarde comentaba con él la selección que estaba realizando para mi último disco de entonces, que era sobre el piano en el salón romántico español. Inmediatamente me dijo que tenía que incorporar alguna obra de Chueca, pianista excepcional en un ambiente que olvidábamos, el de los cafés, que pertenecía igualmente al mundo de la música de salón. Y como siempre, José Luis tenía razón: descubrí una música de gran encanto, un piano que presentaba valses de estilo castizo, con giros netamente hispánicos. Primero incorporé a mi disco su colección de valses titulada Lamentos de un preso, una obra fundamental en su vida, pues le sirvió como tarjeta de presentación con Barbieri, que inmediatamente se rindió ante su espontánea gracia. Después tuve ocasión de acercarme a otros valses, que reflejaban parte de la vida madrileña de su época, un divertido Madrid, que, por ejemplo, tenía en el Veloz Club su sociedad recreativa más conocida en la época de la Restauración, y al que dedicó una de sus más populares tandas. He querido recordar en estos días la música para piano de Chueca como homenaje a las calles y a plazas de Madrid, con el deseo de que pronto se llenen de nuevo con el bullicio y la alegría que él retrató musicalmente como nadie.
Comments